miércoles, 1 de mayo de 2019

Periodista Cayetana Álvarez de Toledo cuenta su última conversación con Leopoldo López mientras estaba preso

Por fin un día manso, pensé. Ver pasar a los presos golpistas camino del Tribunal Supremo, retomar Zuleijá abre los ojos, un regalo de mi amigo Jorge Ferrer, esperar con felicidad maternal la caída de la tarde. En eso estaba cuando entró un whatsapp: "Llego la Libertad!!!!!! Leo está LIBRE!" Y una hilera de emoticonos con banderitas de Venezuela.
Era Lilian Tintori. "Llegó el día, Caye. Lo fueron a buscar a casa y está en La Carlota con Juan Guaidó y los militares. Está LIBRE y hoy van a liberar a Venezuela". Y zooooom, una foto: contra un cielo de plomo, alba sucia, aparecía Leopoldo López conversando con un grupo de militares, robocops con distintivo azul en el antebrazo. Azul ONU. Azul Europa. El azul de los soldados demócratas. Le contesté a Lilian, difundí la foto en Twitter y abrí mi no tan viejo cuaderno de notas, relata la periodista española Cayetana Álvarez de Toledo en el diario español El Mundo.

El pasado 28 de enero logré entrar clandestinamente en casa de Leopoldo López en Caracas. Hasta ahora no había podido contarlo para no perjudicarle. Leopoldo llevaba desde junio de 2017 en arresto domiciliario y tenía prohibido hablar con periodistas, so pena de ser devuelto a una sórdida celda de la prisión de Ramo Verde. Entré con Lilian y dos chicas de su equipo, confundida en un revuelo de melenas y carcajadas. Los cinco guardias bolivarianos que a esas horas, de siesta española, vigilaban la puerta apenas me miraron. Y yo tampoco a ellos. Crucé el patio con el corazón apretado. La última vez que había visto a Leopoldo había sido precisamente en Ramo Verde. Bueno, únicamente había visto su brazo, saludándome entre las rejas. Lilian y yo, debajo, gritando, impotentes.

Esta vez entré en el salón de la casa, una extensión del jardín y, al tiempo, un jardín de infantes: juguetes, colorines, vestigios del primer cumpleaños de Federica, concebida en la cárcel. "¡Leo, baja, mira quién ha venido a verte!", anunció Lilian. Leopoldo, barba de cuatro días, los ojos encendidos, bajó los escalones de dos en dos. Nos abrazamos.

La tarde se fue yendo, primero en su despacho. Sobre una alfombra de colores, cientos de libros apilados y en las paredes, algunos dibujos hechos en la cárcel. Lilian abrió una botella de vino y empezamos a conversar. ¿Por dónde empezar? Yo no traía un guión. Lo primero era simplemente observarle, buscar los rastros del cautiverio, más allá del grillete electrónico en el tobillo, que me enseñó con un gesto travieso: "Mira, el mapa de Venezuela...". Noté que tenía el pelo más blanco y el cuerpo de hombre disciplinado. "Sí, entreno todos los días. Como en la cárcel. Me despierto sobre las 5. A las 6 salgo al patio para que los guardias me hagan la primera foto con el periódico del día. ¡Soy un delincuente, ya sabes! Cuatro fotos al día... Luego, a partir de las 6:30 hasta las 11 o 12 de la noche, trabajo sin parar. Hablo con unos, con otros. Con los de dentro, con los de fuera. Coordino, planifico, organizo..." La liberación democrática de Venezuela, murmuré, trabajo singular... Y en ese instante apareció la pequeña Federica, rodando. Y una voz desde el patio: "¡Hora de hacerse la foto!" "Ya voy, ya voy...". ->>Vea más...

Fuente: Cayetana Álvarez de Toledo - El Mundo

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