domingo, 5 de junio de 2011

Penal San Antonio: El resort de los criminales en Margarita

“Yo estuve en el ejército por 10 años, he jugado con armas toda mi vida”, explica Paul Makin de 33 años, un británico arrestado en Porlamar n 2009 por traficar cocaína. “he visto armas aquí dentro que nunca antes había visto. Ak-47s, AR-15s, M-16s, Magnums, Colts, Uzis, Ingrams; las que se te puedan ocurrir aquí están”.
Los reclusos afirman que le deben sus inusuales privilegios a un prisionero, Teófilo Rodríguez, de 40 años, un traficante de drogas convicto que controla el arsenal al que se refiere Makin. Rodríguez es el mandamás “el pran” de la cárcel.
A Rodríguez también lo conocen con el apodo de “El Conejo”, lo cual explica la proliferación de grafitis con esa estampa a lo largo y ancho de todo el penal.
Adentro florecen las oportunidades de negocio para un interno. Visitantes de la isla, ansiosos por escapar de las palmeras, hacen colas para casar sus apuestas en las peleas de gallos, generando una utilidad para los internos.
Otros visitantes, conscientes de que los guardias revisan a la entrada, ingresan para comprar drogas. Reos y visitantes por igual, hacen uso de un pasillo entre las celdas para fumar marihuana y crack.

Estado desbordado
El gobierno venezolano reconoce que existen problemas dentro de las prisiones, donde los enfrentamientos entre bandas controladas por pranes como Rodríguez, contribuyen a incrementar la cantidad de homicidios. Investigadores de derechos humanos encontraron que 476 personas (alrededor del uno por ciento de la población penitenciaria de 44 mil 520 reos) fueron asesinados sólo en el último año.
Con la esperanza de reducir la violencia, la sobrepoblación y otros problemas sistémicos, el Gobierno anunció la creación del nuevo Ministerio de Prisiones. El Presidente Hugo Chávez destacó el caso de la prisión de San Antonio como un caso de especial atención durante su programa dominical en diciembre de 2009, mientras celebraba la construcción de un nuevo anexo femenino de 54 unidades en dicho recinto.
Pero los grupos de derechos humanos señalan que la corrupción y desorden institucional han obstaculizado los esfuerzos por mejorar las condiciones de varios penales. El Instituto Nacional de Estudios Penitenciarios ha egresado unos mil 200 graduados desde la década de los 90’s, pero menos de 30 de ellos trabajan en prisiones, privando al sistema de experticia y orientación profesional.

Una serie de motines carcelarios en semanas recientes ha puesto en relieve los problemas. En abril lo presos de la cárcel de La Planta a las afueras de Caracas tomaron a 22 guardias como rehenes, incluyendo a director de la prisión, en protesta por una epidemia de tuberculosis. Las manifestación de una semana terminó cuando las autoridades aceptaron remplazar al director del retén. En mayo los internos de otro penal retuvieron por 24 horas al director y a otros 14 empleados en protesta por lo que denominaron como “malos tratos”.
“El Estado ha perdido el control de las prisiones en Venezuela” estima Carlos Nieto, director de la ONG Ventana de la Libertad, la cual documenta violaciones de derechos en las prisiones venezolanas.
Luis Gutiérrez, el director de la cárcel de San Antonio, se negó a discutir la situación de la prisión que nominalmente supervisa. Durante los fines de semana, el ambiente interior, lleno de cónyuges, compañeros sentimentales y algunos que simplemente aparecen en busca de diversión, casi se asemeja a centros turísticos de la isla playa.

Paraiso de hampones
Los prisioneros hacen parrillas, beben whiskey a orillas de la piscina. En algunas celdas equipadas con aire acondicionado y DirecTV, los internos se relajan junto a sus esposas y novias. (Venezuela, al igual que otros países de Latinoamérica permite visitas conyugales). Los hijos de algunos reos nadan en una de las cuatro piscinas.
Los prisioneros se ufanan de haber construido ellos mismos estas instalaciones, usando su propio dinero. Alegan que las fugas son algo muy raro, si lo intentan, aún tendrían que afrontar el peligro de ser tiroteados por los guardias del lado afuera. A pesar de que a San Antonio, a duras penas se le puede considerar segura (una granada en la enfermería mató a varias personas el año pasado) los presos afirman que comparada con otras cárceles, la paz prevalece generalmente.
“Nuestra prisión es una institución modelo” dice Iván Peñalver, un homicida convicto que predica en la iglesia evangélica del penal.
El Jefe de los internos, el señor Rodríguez, entrevistado mientras sus guardaespaldas abrían ostras para él, atribuyó estas distinciones a su gobierno. Un mural en la prisión retrata a Rodríguez como conductor de un tren, acompañado por subordinados armados que disparan hacia un soplón que cuelga de una soga.
“Existe más seguridad aquí dentro que en las calles” aseguró Rodríguez, un hombre grueso que purga una larga condena, mientras gritaba ordenes a través de un teléfono celular. Al ser consultado sobre sus ambiciones después de ser liberado, aseguró que considerará dedicarse a la política.
Hasta entonces, la vida bajo su mando, se ciñe a su propio código. Las fiestas incluyen grupos de rap, invitados para actuar. Aunque están separados por una pared, las 130 internas del anexo de mujeres se mezclan libremente con los prisioneros masculinos. Algunos forman vínculos sentimentales.
En algunas partes de la prisión, algo parecido a la normalidad aún prevalece.
Un prisionero con una cámara y una laptop funge como fotógrafo, captura imágenes de sus compañeros y hace montajes con Photoshop, como uno en el que aparecen recostados en una Hummer. Un barbero corta el cabello. Un puesto de comida llamado McLandro´s vende refrigerios. El reggaetón de la discoteca suena día y noche y los gallos cantan al amanecer.

“Me cuesta explicar cómo es la vida aquí” señala Nadezhda Klinaeva, una rusa de 32 años que purga una condena en el anexo de mujeres por tráfico de drogas, “es el lugar más extraño en que jamás haya estado”.

Fuente: Simón Romero, The New York Times - Porlamar - http://www.laverdad.com

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